viernes, 22 de mayo de 2009

CURRICULO Y SABERES ESCOLARES

La formulación de los currículos escolares en nuestro contexto ha seguido la lógica por parte del Ministerio de Educación de convocar a expertos en el tema, quienes se encargan de elaborar una primera versión de los lineamientos curriculares que serán, en la siguiente etapa, socializados con algunos grupos de docentes de instituciones educativas de básica y media y del nivel superior. La participación en la elaboración de los currículos se centra, entonces, en opinar sobre la propuesta del grupo de expertos de acuerdo con la experiencia particular de cada grupo de docentes. Siguiendo a Apple, podríamos preguntarnos ¿quién establece el saber oficial que debe circular en la escuela?, ¿a quién favorece la circulación de este saber?
Lo que sucede en un no despreciable número de instituciones educativas es que una vez formulados los lineamientos curriculares en determinada área, se acogen los libros de textos que ‘operativizan’ dichos lineamientos. Es decir, en la construcción de los saberes escolares las editoriales continúan jugando un papel de primer orden en nuestro contexto, abrogándose el derecho a sugerir las temáticas a enseñar en cada nivel, las competencias que se deben formar en los estudiantes, las formas de evaluar lo enseñado y, en últimas, aportando elementos que definen el orden social deseable para un sector específico de la sociedad.
Sin embargo, hay que mirar con detenimiento el papel de los textos escolares en el escenario educativo, pues si bien éstos comportan determinada visión sobre la enseñanza, la sociedad, la política, etc., los maestros y estudiantes tienen la posibilidad de filtrar dicha visión a través de sus experiencias cotidianas. En esta dirección resulta interesante el análisis de Apple para quien la discusión sobre los textos se relaciona con una discusión sobre el poder, es decir, la polémica sobre los textos escolares hace parte de la política cultural en determinado momento histórico. En sus palabras, “tomadas en conjunto, significa que las polémicas sobre los libros de texto son una forma de política cultural que afecta a la naturaleza misma de la relación entre las diferentes concepciones de la cultura y los diferentes grados de poder en la sociedad”Entendiendo, entonces, que el papel político de los textos depende de la red de relaciones sociales e ideológicas en la que están inscritos y que “el área de producción simbólica no está divorciada de las relaciones desiguales de poder que estructuran las demás esferas”podemos preguntarnos por la política que reglamenta la producción de textos escolares en el país. En este escenario pareciera que el principio de libertad de empresa es prioritario y que, en nombre de la autonomía institucional, el Ministerio de Educación permite que cada colegio adopte los libros de textos que le parezcan. No obstante, no se evidencia -ni en las políticas educativas ni en los círculos intelectuales- un debate sobre aquello que Raymond Williams llamó ‘tradición selectiva’ y que está relacionada con la potestad de determinado grupo social para definir qué se enseña en la escuela.
La constante dentro de la mentalidad del sistema escolar colombiano ha sido el establecimiento de un saber oficial el cual beneficie a unos pocos con el sacrificio de muchos. Es por eso que considero que aquí los temas de la democracia y el poder cobran total vigencia pues de lo que se trata es de definir qué es lo que debemos recordar y olvidar en nuestras instituciones educativas, es decir, qué tipo de historia narramos y la manera en que nos narramos dentro de esa historia.

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